Es decir: Recuerdo las negras mañanas de sol cuando era niña es decir ayer es decir hace siglos
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30 de noviembre de 2006

Y goteó, goteó, goteó como una terca canilla que es canilla porque no se deja cerrar adecuadamente. Goteó como terca exagerada ante su expresión atónita, ante sus alaridos de sorpresa, de encuentro con una mujer tan bella, tan tercamente sincera

- Te dije, me mojo mucho, pero mucho.

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29 de noviembre de 2006

Actually, tengo que empezar este texto con una palabra en inglés, con esa palabra en inglés. Será porque estuve hablando mucho en ese idioma tan puntiagudo, tan carente de inflexiones o como mierda las llame un lingüista o como mierda llames a lo que me refiero vos que seguro sabés de lo que hablo pero no tenés idea qué es porque no puedo comunicártelo. Actually, decía – vieron cómo uso mucho eso de irme por las ramas y volver a lo que decía con el verbo “decir”. Aburre un poco ¿no? Lo aprendí en “La construcción” descerébrense y sepan de qué hablo, readers – sos el varón del cual me puedo enamorar así como quien no quiere la cosa. Resulta que tuviste la audacia suficiente para echarme esa mirada de te conozco de algún lado, para jugar por el tiempo exacto que dura la caída de una botella desde la mesa y que con su sonido estrepitoso nos devuelve al sur, porque en el sur también caen botellas así y esos sonidos se aprenden cuando uno es muy pibe y nos desconecta del gesto ceñudo y ya hice dos, tres pasos y quedaste atrás, pero jugaste, cómo jugaste, lo bien que jugaste. Cruzo Cabrera y llego hasta Gorriti, donde luego de arrancar una flor – este detalle romántico no tiene intenciones de serlo pero qué querés que haga si así pasó – atravieso la calle para hacer tiempo mirando las chucherías de este barrio tan paquete y ahí, audaz varón del que podría enamorarme como quien no quiere la cosa, siento la mano suave que me toca por primera vez, lo primero que tocaste fue mi hombro.

- ¿Te conozco? – me decís.

Hasta aquí, tu absoluta audacia. Pero de qué están hechos los varones que arrabaleros se piantan en tu camino con osadía, interrumpiendo el hilvanar de nervios frente a una primera cita que no es con ellos. Parecen tan orgánicos y tan mecánicos al mismo tiempo. Como insectos que te miran de reojo y reaccionan frente a nuestro primer avance en el cortejo con un chiste demasiado usado, demasiado tierno. Un varón que se detiene para hablarte, que busca saber tu teléfono, que te mira en detalle, que te ríe, que te relata el motivo que tiene a cuestas, o adelante, o por los costados o guardado en las medias junto a una antología que no querés escuchar. Introyección del macho de turno, corrección de última hora, profundidad en lo que la autora dice, fe de erratas y ahí va: que no querés ser escuchada. Varón del que podría enamorarme como quién no quiere la cosa, si sólo supieras que en el relato que doy sobre cómo es conveniente hacer el amor me dejo entrever con más fidelidad que rememorándote miserias; varón, varón ¿para qué preguntarme sobre mi hermana? ¿Qué sentido tiene saber lo que metí en mi nariz? ¿No te bastan las canciones de Rock para entender cómo vivió un adolescente? Hagamos así… llamame mañana que voy, [acá iba algo, pero no sé cómo voy, pero que voy] voy seguro.

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23 de noviembre de 2006

Zrí

Los anteojos me quedaban bien cuando tenía los ocho kilos demás que perdí no sé por qué. Esta vez no me había dejado ningún novio, tampoco se había muerto ninguno. Nótese que separo, como dos estímulos que sólo tienen que ver en mi delgadez, por un lado a la acción desde un varón de dejarme y por el otro, también desde un varón, a la acción de morirse. Pongamos que miro desde tres estratos distintos de mi charlatanería esta dicotomía.

Absolutamente sobria, en vigilia y con los ojos abiertos, despierta, fresca, rozagante, impulsiva y receptorísima, las dos cosas serían una sola.

En el medio, apretujada, atada con un cordón umbilical deshidratado, uno áspero y bordó, acalambrada e inmovilizada, con un chillar en los dientes que se muerden a más no poder para que los contornos no aprisionen, las dos cosas me estorbarían. Estaría pateándolas demandando un lugar. Un estrato que equivale a un momento arcaico de la especie. Algún encuentro con un depredador, un miedo terrible, la primera visión de un rayo, o el ruido estridente del trueno que lo anuncia, pero no se sabe, pero no anuncia. El miedo detrás del miedo. La sombra que corre detrás de la cosa. La oveja de Kafka. Las dos cosas serían un estorbo. Habría sólo un sentimiento: el resto o yo. Un matame hijo de puta, porque sino te mato yo. Un esto es así. Pensándolo mejor, este estrato cambia la dicotomía por una que me involucre disyuntivamente. No no, pensándolo aún mejor: este estrato reduce a lo mínimo necesario para sentirme viva las ofrendas que pueden caber en siglos.

Un último estrato absorta, como laberinto etéreo, un vaivén de nada, la palabra, ni la palabra. Me despeino. Soy la evidencia empírica que necesita la Física Cuántica. Polvo, el estornudo de un dios. En una canica de Spielberg las dos cosas serían todo que se multiplica erráticamente.

Pongamos, ahora, que me encuentro en el reflejo del vidrio ¿qué pasó?

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22 de noviembre de 2006

Principes féminins XIII

Momento del día: Mañana

Situación: luego de una noche de sexo fenomenal, desenfrenado, alocado, ruidoso, y hasta con momentos de filtro amoroso que incluyó todo tipo de posturas y algunos de los recursos lascivos convencionalmente aceptables: mutuo sexo oral, palabras guarras, tironcito en el pelo y chaschás medido en ocote.

Si en dicha situación, si en dicho momento, el varón se te despide con un beso en la mejilla dale inmediata salida porque es un obtuso. No hay palabra que describa mejor a ese varón: obtuso. Demás estaría dar mayores explicaciones, Uds. sabrán comprender a la perfección cuál es mi punto.

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Superman, El Hombre Araña, Los Cuatro Fantásticos y todos los X-Men lejos de inculcar valores, moral y códigos en la sociedad le otorgan a ella un poder peligrosísimo. Escuchame una cosa Superman, si vos venís de otro lado, ¿qué metes mano, cornudo? Si yo veo a una comunidad de Bonobos dándole murra a una cría indefensa, me quedo quieta y a lo sumo saco 5 gigas de fotos, pero no me meto ¿entendés? Si nosotros tenemos ganas de inventar una bomba de hidrógeno para explotarla en el más ruín de los pueblos africanos vos no tenés por qué meterte en el medio. Sos un forro, te metés, hacés que la bomba no explote y la gilada piensa que está bien. No querido, no podés mezclar batatas con papas, date cuenta.

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19 de noviembre de 2006

Quiero que sepas algo. Que seas un adicto en remoción, que tengas tonito de arrogante, que no puedas evitar interrumpirme todo el tiempo, que no me des pelota cuando lo demando con eufemismos, que tengas ese tatuaje espantoso en el brazo derecho, que no me contestes los mensajitos al fonito cuando yo quiero, que tu café sea el más feo del planeta, que no pueda fumar marihuana cuando estás vos ni cuando estés por venir ni cuando esté por ir, que te guste ese tema pedorro de Simon & Garfunkel, que te encante abrazarme cuando duermo y es pleno verano, que seas un proletario caricaturizado, que tengas una rutina perfecta, que seas responsable, que cantes en la ducha, que uses esos anteojos de sol horrendos, que no me llames, que te guste el psicoanálisis, que te psicoanalices, que tu hermano sea tu hermano, que te comportes como un pavote cuando te estoy diciendo algo serio, que no sepa nunca lo que estás pensando, que insistas con el formato wav, que no seas un tecnofílico, que te baste un tango para retorcerme el encéfalo, que me pidas que te cante, que te niegues a la desmesura, que estés tan ocupado, que estudies lo mismo que yo, que tengas mejor promedio, que no vayas al médico, que sepas mejor que nadie lo que querés me importa tres carajos cuando me tocas la nuca para avisarme que me serviste un mate.

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13 de noviembre de 2006

Rehabilitación

Las mejores relaciones siempre las tuve con hombres que me despertaron luego, quiero decir con luego, varones que me agradaron después, no inmediatamente. Lo que pasa es que para mí están los tipos que te encandilan al instante de verlos, esos que decidís llevártelos a la cama aunque no sepan conjugar bien un verbo o aunque se les escape por ahí algún lugar archicomún cuando quieren parecer interesados en un tema; y están los otros, esos que entran en la habitación donde estás vos y si volteas para mirarlo lo pasas rápido esperando si hay de la otra especie. Ese tipo que se pone a hablar en la mesa y vos lo escuchas atenta al mismo tiempo que te preguntas a cuál de todos estos le daría murra hoy. Ese que está exactamente hablándote cuando te hacés la pregunta mirando a su alrededor. Entonces están estos tipos: el que te encandila y el que pasas de largo. Decía que mis mejores relaciones las tuve con tipos que me despertaron luego esas incontrolables ganas (y evidentes en mis gestos, y obsecuentes en los chistes, y soberbias en la seguridad de tener meta) de dar un beso, de tocar, de apretar la piel, de raspar con los dientes el cuello, de tirar el pelo, de apretar con la entrepierna sobre su jean para que sienta más, del primer contacto de piel to piel ahí, del entrecortado respiro en las orejas, de la lengua en la oreja, del jadeo suave, de la mirada en silencio, del grito aprisionado hace rato, de eso. Siempre y sin excepción aquél tipo que de movida entró como suplente termina, desconociendo con ingenuidad el modo en el que lo hace, termina digo, siendo uno de mis Top Five, termina siendo anécdota con sonrisa, siendo quizás por quien lloro, o con quien no juego a lastimar, quizás algún día uno de esos termine siendo mi próximo divorcio, andá a saber. Lo que me llama la atención es que aún conociendo esta Ley, y sabiendo que al parecer es irrevocable, cada vez que me encuentro con uno de esos varones y doy, luego, rienda suelta a mis ganas más inherentes, vuelvo a casa y me sigo sorprendiendo como la primera vez. Como si no supiera yo de leyes. Como si no existiesen ya. Como si hubiera que inventarlas a todas de nuevo a partir de esta sorpresa que tiene, si el azar juega a mi favor, que loopearse indefinidamente.

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12 de noviembre de 2006

Hay mucha gente idolatrando los cinco minutos en la cama, y ni hablar si se viene una seguidilla de días nublados, todos monotemáticos. Te hablan de acurrucarse, de enredarse, de hacerse los boludos, de serenarse, de despabilarse, de desperezarse, de descontracurarse, de tocarse las rodillas con el mentón y están los que osan hacer analogías con el útero de la madre que los parió. Ponele que yo me ponga a hacer algo parecido, ponele que tenga que contarles cómo me despierto. Lo primero que haría sería contarles qué cachete del culo me rasco primero, lo segundo sería dejarles bien claro cómo me hincha las pelotas este invierno en primavera. De noche (porque ahora soy una chica bien que se acuesta a la hora que se tiene que acostar) cierro las ventanas porque se me enredan las trenzas del pelo con estalactitas y estalagmitas, y a la mañana siguiente (¿ves? acá te miento y te tiro desparramando por el piso eso de la chica bien porque sólo en contadas excepciones abro los ojos por la mañana, para mí el mediodía sigue siendo temprano, muy temprano, excepto cuando ando por casas ajenas y me molesta el olor a sábana que no es blanca, pocas veces es blanca), a la mañana siguiente digo, veo todo azulado porque la piel se adueña de la retina y me había quedado sin aire. Este invierno en primavera discrimina a mis pulmones o es mi estética la que los deja sin aire, porque, consejo para la dama, las estalactitas y las estalagmitas no quedan bien con el cabello morocho.

Ponele, algo así te escribiría, no se me ocurriría ni una sola frase que pondere a esos famosos cinco minutos que preceden la jornada.

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