Es decir: Recuerdo las negras mañanas de sol cuando era niña es decir ayer es decir hace siglos
Send As SMS

12 de diciembre de 2009

Name dropping

Qué desgracia saber tu nombre aunque ya no conozca tu rostro mañana, el rostro que dejamos de ver un día se dedicará a traicionarse y a traicionarnos en el tiempo que le pertenece y le queda, irá apartándose de la imagen en que lo fijamos para llevar su propia vida en nuestra voluntaria o desdichada ausencia. El de aquellos que se fueron del todo por que no los retuvimos o han muerto se irá nublando en nuestra memoria que no es una facultad visiva, aunque a veces nos engañemos y creamos ver todavía lo que ya no tenemos delante y sólo evocamos envuelto en brumas, el ojo interior o de la mente se llama esa figura borrosa de nuestros espejismos o nuestra añoranza, o de nuestra maldición a veces. Yo podría creer que nunca te he conocido si no supiera tu nombre que permanece inmutable sin el menor deterioro y con su brillo intacto y así seguirá aunque hayas desaparecido del todo y aunque te hayas muerto. Es lo que resta y en nada se diferencia la nómina viva de la nómina muerta, y no solo eso, es lo único que sirve para reconocernos y que no perdamos el juicio, por que si alguien nos niega el juicio y nos dice “No eres tú aunque te vea, no eres tú aunque te parezcas”, entonces dejaremos efectivamente de ser nosotros a los ojos del que nos lo dice y nos niega, y no volveremos a serlo hasta que nos devuelva ese nombre que nos ha acompañado lo mismo que el aire. "No te conozco, viejo", le dijo el Príncipe Hal en cuanto fue Enrique V a su amigo Falstaff, "no sé quién eres no te he visto en mi vida, no vengas a pedirme nada ni a decirme dulzuras porque ya no soy lo que fui, y tú tampoco lo que eres. He dado la espalda a mi antiguo yo, así que sólo cuando oigas que vuelvo a ser el que he sido acércate a mí y tú serás la que fuiste." Y si eso nos ocurriera a nosotros pensaríamos con espanto: “¿Cómo puede ser que no me reconozca ni me llame por mi nombre?” Pero también a veces podríamos pensar con alivio: “Menos mal que no me llama ya por mi nombre ni me reconoce, no admite que sea yo quien pueda estar haciendo o diciendo estas cosas que me son impropias, y como las ve suceder y me oye decirlas y no puede negarlas, me niega a mí con piedad para que no deje de ser el que fui a sus ojos, y así salvarme".

Javier Marías, Mañana en la batalla piensa en mí, pág. 191. Buenos Aires. 2007. Ed. Sudamericana.