De ego

¡Hola Bar nueve!

Todavía tengo un target amplio para elegir. Con escasos veintiún años me puedo dar el lujo de probar suerte nocturna con un niñito de dieciocho argumentando que está repleto de energía y es absolutamente maleable. Iríamos de rave party en rave party empastillándonos como dos enfermos transpirados. También puedo ir de arrumacos con un compañerito de la facu, más o menos de mi misma edad, usando de pretexto las extensas horas que necesitamos juntos para aprender psicopatología y cuando nos aburrimos nos metemos mano a lo loco, todo arriba de los apuntes con los dibujos de Lacan, Freud, Piaget y Vigotsky en la tapa, que se caigan los libros de la mesa y la yerba húmeda –que no va a ser lo único húmedo- manche a modo de souvenir el apunte que leíamos atentos. Inclusive puedo cambiar otra vez la decena y reincidir con el treintagenario, que se me pegan como si fuera un imán de ex estudiantes de Puán, comprometidos con la situación política, económica y social del país, amantes del buen cine y condicionados como rata de Skinner en la onda minimalista abrumadora de la buena cepa y el jazz. Siguiendo el mismo procedimiento puedo jugar a la, siempre inexorable como el tiempo, fantasía de ser una Lolita y otra vez sumar una decena para encontrarme entrelazada con un tetragenario calentón que incurre por primera vez en el uso abusivo del Viagra. Cumpliría todas sus fantasías y me sentiría más linda que nunca; mentiría en mi casa diciendo que tiene veinticinco y que se compró con los ahorros de sus padres tempranamente fallecidos su primer departamento en Caballito.

Ahg, sean todos los estereotipos arriba descriptos bienvenidos. Todos y cada uno de ellos que se vengan conmigo, que me abracen por debajo de la ropa, que me rían con un chiste desde su lugar bien suyo. Sean todos los varones arriba descriptos bienvenidos. Amén.