Es decir: Recuerdo las negras mañanas de sol cuando era niña es decir ayer es decir hace siglos
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23 de noviembre de 2006

Zrí

Los anteojos me quedaban bien cuando tenía los ocho kilos demás que perdí no sé por qué. Esta vez no me había dejado ningún novio, tampoco se había muerto ninguno. Nótese que separo, como dos estímulos que sólo tienen que ver en mi delgadez, por un lado a la acción desde un varón de dejarme y por el otro, también desde un varón, a la acción de morirse. Pongamos que miro desde tres estratos distintos de mi charlatanería esta dicotomía.

Absolutamente sobria, en vigilia y con los ojos abiertos, despierta, fresca, rozagante, impulsiva y receptorísima, las dos cosas serían una sola.

En el medio, apretujada, atada con un cordón umbilical deshidratado, uno áspero y bordó, acalambrada e inmovilizada, con un chillar en los dientes que se muerden a más no poder para que los contornos no aprisionen, las dos cosas me estorbarían. Estaría pateándolas demandando un lugar. Un estrato que equivale a un momento arcaico de la especie. Algún encuentro con un depredador, un miedo terrible, la primera visión de un rayo, o el ruido estridente del trueno que lo anuncia, pero no se sabe, pero no anuncia. El miedo detrás del miedo. La sombra que corre detrás de la cosa. La oveja de Kafka. Las dos cosas serían un estorbo. Habría sólo un sentimiento: el resto o yo. Un matame hijo de puta, porque sino te mato yo. Un esto es así. Pensándolo mejor, este estrato cambia la dicotomía por una que me involucre disyuntivamente. No no, pensándolo aún mejor: este estrato reduce a lo mínimo necesario para sentirme viva las ofrendas que pueden caber en siglos.

Un último estrato absorta, como laberinto etéreo, un vaivén de nada, la palabra, ni la palabra. Me despeino. Soy la evidencia empírica que necesita la Física Cuántica. Polvo, el estornudo de un dios. En una canica de Spielberg las dos cosas serían todo que se multiplica erráticamente.

Pongamos, ahora, que me encuentro en el reflejo del vidrio ¿qué pasó?

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