Es decir: Recuerdo las negras mañanas de sol cuando era niña es decir ayer es decir hace siglos
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13 de noviembre de 2006

Rehabilitación

Las mejores relaciones siempre las tuve con hombres que me despertaron luego, quiero decir con luego, varones que me agradaron después, no inmediatamente. Lo que pasa es que para mí están los tipos que te encandilan al instante de verlos, esos que decidís llevártelos a la cama aunque no sepan conjugar bien un verbo o aunque se les escape por ahí algún lugar archicomún cuando quieren parecer interesados en un tema; y están los otros, esos que entran en la habitación donde estás vos y si volteas para mirarlo lo pasas rápido esperando si hay de la otra especie. Ese tipo que se pone a hablar en la mesa y vos lo escuchas atenta al mismo tiempo que te preguntas a cuál de todos estos le daría murra hoy. Ese que está exactamente hablándote cuando te hacés la pregunta mirando a su alrededor. Entonces están estos tipos: el que te encandila y el que pasas de largo. Decía que mis mejores relaciones las tuve con tipos que me despertaron luego esas incontrolables ganas (y evidentes en mis gestos, y obsecuentes en los chistes, y soberbias en la seguridad de tener meta) de dar un beso, de tocar, de apretar la piel, de raspar con los dientes el cuello, de tirar el pelo, de apretar con la entrepierna sobre su jean para que sienta más, del primer contacto de piel to piel ahí, del entrecortado respiro en las orejas, de la lengua en la oreja, del jadeo suave, de la mirada en silencio, del grito aprisionado hace rato, de eso. Siempre y sin excepción aquél tipo que de movida entró como suplente termina, desconociendo con ingenuidad el modo en el que lo hace, termina digo, siendo uno de mis Top Five, termina siendo anécdota con sonrisa, siendo quizás por quien lloro, o con quien no juego a lastimar, quizás algún día uno de esos termine siendo mi próximo divorcio, andá a saber. Lo que me llama la atención es que aún conociendo esta Ley, y sabiendo que al parecer es irrevocable, cada vez que me encuentro con uno de esos varones y doy, luego, rienda suelta a mis ganas más inherentes, vuelvo a casa y me sigo sorprendiendo como la primera vez. Como si no supiera yo de leyes. Como si no existiesen ya. Como si hubiera que inventarlas a todas de nuevo a partir de esta sorpresa que tiene, si el azar juega a mi favor, que loopearse indefinidamente.

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