Es decir: Recuerdo las negras mañanas de sol cuando era niña es decir ayer es decir hace siglos
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1 de diciembre de 2006

El día tiene tantos colores como vos… cantaba el novio que tuve en mi adolescencia. Lo escribía inspirado en esta blogger, mintiéndole a esta blogger que estaba inspirado en ella; el varón que te vuela la cabeza, que tiene una bandita, se viste de negro, te lleva doce años y te toca timbre a las tres de la mañana para fumarse un porro con vos. Para contarte lo último que leyó de Artaud y vos ahí, con el uniforme de la escuela que no te lo sacabas nunca, para qué si al otro día tenías que volver y te habías bañado a la tarde, después de salir de gimnasia; ahí, sentada con él en el porche porque siempre era verano y la casa no se podía llenar de olor a marihuana. Ese vuelo gigante que te pega el varón en la cabeza, que tenés quince años y te pide que le recites Rimbaud mientras te dejas tocar por debajo de la pollera tableada de tela escocesa, mientras lees “El Barco Ebrio” y él te cuenta cómo su primera banda llegó a llevar ese nombre. Cuando tocaba en los más ruines barcitos del conurbano y ahora grabó un disco, y cómo se enfermó grabándolo porque era pleno invierno y te regala la nueva letra de la canción vieja, te dice que sos un ojal de perfume… una estrecha cavidad que se adjetiva por su juventud y te dice que él tiene buen juicio en esto de las comparaciones porque es músico, es adulto y vivió las peores y las mejores. Probó la mejor y la peor, siempre sabiendo lo que probaba, lo que y a quien; y un día lo tirotearon desde un auto por dejarle la marca en el cuello a una nena. Que vivió en la calle y que se gastó todo en equipos, que los equipos se los afanaron con la camioneta pero que nunca aprendió a manejar. Sos tu principio al lado del varón, tomás con él y le pegas a la gente en la calle, grabas un disco, te gusta el jazz y sos cantante de tango; viajas por algunas ciudades y no está mal engañarse. Lo internan. Se muere. Volvés a la escuela y te recibís con el mejor promedio. Si eras su chica, cómo no ibas a estar a la altura de las circunstancias y hacer una fiesta en la sala de ensayo. Nadie te culpa y todos te empiezan a llamar Layla porque te habías cojido al baterista y sus últimos días fueron jugarla de solista, pero con vos. Todavía están los muertos que parlan en el barrio donde naciste, esos de la birra en la esquina, que envejecieron de una vez y para siempre, esos que al pasar te gritan ¡Layla, qué cambiada estás!

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